Alfonso Ogayar Serrano
IES Sierra de Guadarrama
“En la Tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades del hombre, pero no su codicia”. (Ghandi).
Seremos capaces de dominar nuestra codicia y, sobre todo, la de los grandes codiciosos, o estaremos abocados a nuestra destrucción y desaparición como especie. En estas líneas propongo una reflexión sobre la naturaleza y evolución humana desde su origen biológico, así como la necesidad de una auténtica revolución ética, que nos ayude a superar las limitaciones y contradicciones de nuestra peculiar naturaleza.
Nuestro origen biológico…
Y los desheredados, los parias arborícolas, los monos menos dotados para sobrevivir en la fronda arbórea –quizá también los más curiosos- descendieron al suelo y, poco a poco, fueron aventurándose en la desconocida y peligrosa sabana. Podemos imaginar a nuestros primates ancestrales vagando aterrados por la sabana: irían caminando juntos, adoptando y manteniendo una postura erecta que les permitiría otear el horizonte por encima de los matorrales donde los felinos acechaban. Los más independientes (quizá los más dotados físicamente), los que se esforzaran menos en mantener la posición erecta y una actitud cooperativa podrían acabar, con más probabilidad, en las fauces de sus depredadores. En este momento de nuestra historia evolutiva la selección natural impone férreamente estos dos caracteres a nuestros ancestros: la posición erecta (y el bipedismo) y la cooperación social.Pero el mono erecto y cooperante se encuentra con las manos libres, coge objetos y hace cosas con ellos. Cada vez tiene más cosas que hacer… y, por lo tanto, que contar, que transmitir dentro del grupo. El adiestramiento manual lleva consigo el desarrollo del aparato fonador y del cerebro humano.Poco a poco, en este proceso de hominización, el mono va sustituyendo la seguridad de la fronda por la seguridad que le da el grupo y sus nuevas conquistas. Sus enemigos ya no son tanto los depredadores como otros grupos de homínidos. Esta circunstancia la plasma de modo magistral Stanley Kubrick al inicio de su película “2001, una odisea del espacio”, cuando dos grupos de homínidos pelean por una charca, y el jefe de un grupo mata al jefe del otro golpeándole con un hueso. Pero la genialidad narrativa de Kubrick se manifiesta sobre todo en las siguientes secuencias donde, con el fondo musical del Así habló Zaratustra de Richard Strauss, el exultante homínido victorioso lanza el hueso al aire y, en un fundido, se transforma en una espectacular nave espacial. ¡Qué forma de sintetizar la evolución humana! Desde la mano liberada que maneja útiles al desarrollo científico y técnico. Estas impresionantes secuencias nos sensibilizan y nos hacen reflexionar acerca del origen, naturaleza y evolución humana: origen biológico, naturaleza social y evolución cultural.
Naturaleza y evolución de la humanidad
Desde su humilde origen biológico, el hombre surge -tras un relativamente rápido proceso de hominización (posición erecta, pulgar oponible, modificación de la laringe, desarrollo del cerebro, etc)- como un ser eminentemente social, podríamos decir que imperativamente social. El Hombre no presenta ninguna especialización destacada, ni de carnívoro, ni de herbívoro, ni de primate arborícola. Su falta de adaptación le niega el colonizar un determinado nicho ecológico y le impone su naturaleza social y transformadora. Pero, de acuerdo con Spinoza “toda determinación es negación”, los especialistas pueden acabar en una “vía muerta”. Así, como ya hemos visto, el origen biológico del hombre y su necesaria naturaleza social van de la mano de su evolución cultural que, paradójicamente, le libera de la evolución biológica por selección natural. El hombre, desde su origen, no se adapta a la naturaleza sino que, más bien, adapta la naturaleza a él: con sus manos, y los útiles que iba adquiriendo, podía cortar, excavar, triturar, cubrirse con pieles, manejar el fuego, cocinar, etc. Desde entonces la capacidad transformadora del hombre no ha parado de crecer, en los últimos siglos de forma exponencial. Por las circunstancias de nuestro origen, no debe sorprendernos el que todos los saltos cualitativos en la evolución cultural humana vengan de la mano del progreso en comunicación: lenguaje hablado, escritura, imprenta, telecomunicaciones e informática. Un buen ejemplo de las estrechas relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad (presentes ya desde nuestro origen) lo constituye la invención de la imprenta, impulsada por las necesidades sociales del renacimiento, que desarrolló la industria de lentes para la lectura; pero también, a su vez, permitió la construcción de instrumentos ópticos, como los telescopios y los microscopios, con los que el hombre pudo abrir los ojos a lo muy grande y a lo muy pequeño. Pero sobre todo el hombre pudo, aunque penosamente, abrir su mente y desterrar la idea de ser y estar en el centro del universo. La ciencia moderna comienza con Galileo y la confirmación de la teoría heliocéntrica de Copérnico. Desde entonces el progreso científico y técnico ha sido exponencial, sobre todo en los últimos ciento cincuenta años, y sus repercusiones sociales muy acusadas, entre otras podemos citar la universalización de la educación obligatoria. Cada generación dispone de todo el acervo cultural de la humanidad (verdadero humanismo) y, sobre él, lo aumenta. La educación permite que las nuevas generaciones aprendan y manejen con facilidad (frecuentemente hasta con indiferencia) lo que supuso un esfuerzo límite a los individuos más geniales de generaciones anteriores (lo que, como ya sabemos, no hace más geniales a las nuevas generaciones). Se cuenta que Leibniz tenía serias dificultades con la derivada de un cociente cuando estaba desarrollando este método de cálculo matemático, mientras que cualquier estudiante, medianamente aplicado, de bachillerato lo aplica mecánicamente con relativa facilidad, aún sin entenderlo en profundidad.
Las limitaciones y contradicciones de nuestra naturaleza y evolución
Si sólo fundamentamos nuestro futuro en el progreso exponencial de la ciencia y la técnica estamos profundamente equivocados. Por este camino no hay “mundo feliz”. ¿Dónde están nuestras limitaciones y contradicciones? En nuestro egoísmo. El egoísmo es la “bisagra” que articula la inteligencia y la estupidez humana. La acumulación de conocimientos científicos y técnicos constituyen una carga demasiado pesada para un mono: bombas atómicas y la posibilidad de la autodestrucción, catástrofes ecológicas, nuevas enfermedades infecciosas, etc., ponen en tela de juicio la idea de progreso asociada meramente a la acumulación de conocimientos científicos y técnicos. Antes vimos como en el tránsito de mono a hombre fue decisiva la cooperación y el establecimiento de sólidos lazos sociales, pues bien, el hombre egoísta vuelve, en cierta medida, al mono………, pero a un mono con mucho poder de transformación y destrucción. La solución a esta encrucijada debe venir de una profunda reorientación de la vida humana en armonía con la naturaleza, en general, y con nuestra naturaleza, en particular. Esta genuina revolución ética debe diferenciarse radicalmente de cualquier solución que venga preñada de fanatismo religioso, exclusivismo, economicismo o cualquier otra forma de egoísmo. El hombre puede engañar y puede imponerse a otros hombres, incluso puede engañarse a si mismo, pero la naturaleza no se deja engañar.
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